lunes, 13 de enero de 2014

Del Estado Absolutista al Estado Liberal


En el siglo XVIII las grandes monarquías europeas estaban organizadas políticamente como Estados absolutistas, en los que el rey tenía el poder sin límites y no estaba sujeto al control de los parlamentos. El poder se entendía como de origen divino y no se concebía la separación entre Estado y sociedad.

A finales del siglo XVIII se sucedieron una serie de revoluciones a orillas del Atlántico como la Revolución de Independencia de Norteamérica y la Revolución francesa que tuvieron como consecuencia entre muchas otras, la transformación del Estado absolutista al Estado liberal y la ruptura del antiguo Régimen haciendo que así la sociedad se emancipara del Estado.

El pensamiento liberal concibió a la sociedad como un sistema autorregulado capaz de producir órdenes para que el Estado no interfiriera en su funcionamiento y tuvieran la suficiente libertad y seguridad. Estas condiciones se debían conseguir a partir de los derechos individuales, el principio de legalidad y la división de poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) y la relación del Estado con la sociedad debían de ser la legislación y la sociedad llegaría al Estado por medio del sufragio. El poder político se justificó porque emanaba de todos los hombres y porque su finalidad consistía en las libertades públicas, reconocidas como derechos naturales anteriores al Estado que debían respetar y salvaguardar. Hubo libertad política, económica y libertad de espíritu.

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